¿Te das cuantas cuantas veces al día dices: «yo»?
Cada vez que piensas «es que YO tengo la razón, sin escuchar razones de otros, demuestras apego a ti mismo.
El Buda dijo: El apego es la raíz del sufrimiento.
Mientras que los deseos son estas emociones que nos hacen actuar cuando queremos algo que no tenemos, los apegos son aquellas que surgen cuando tenemos miedo que nos quiten algo o no obtengamos algo que tenemos o suponemos tener.
Hay muchos tipos de apego pero hay uno particularmente dañino porque ocurre sin que nos demos cuenta.
Creer que las cosas siempre deben ser como decimos nosotros es la mejor manera de llegar a la frustración y en seguida al sufrimiento. Pero además es la mejor manera de alejarnos de los demás y perder el contacto con la realidad.
No existe una realidad única, existen tantas realidades cuantas personas que las vivimos y sería muy egocéntrico pensar que solo la nuestra es la única valiosa. La constante confrontación con la vida que nos demuestra que las cosas no necesariamente son como nos gusta y que no siempre tenemos la razón, nos lleva a sufrimiento. Aún así batallamos y tratamos de demostrar a los demás que si – tenemos la razón. Este es el peor de los apegos porque nos envenena toda la vida y nos pone en el centro de nuestra atención, dejando a los demás fuera de nuestro alcance – tarde o temprano quedamos solos.
La alternativa o la medicina para este tipo de apego es la generosidad, pero no esta que se refiere a dar 5 pesos en el semáforo, sino aquella que empieza por ver a los demás, sentir empatía con ellos y darnos cuenta que sufren igual que nosotros.
Para liberarse del poder de los apegos uno debe buscar la quietud, la paz pero para sanar el daño – debe desarrollar la generosidad, esa consciencia que nace de la empatía y entendimiento que todos sufren y todos se merecen ser felices.
Practica la generosidad: voltea la mirada hacía los demás, comparte una sonrisa, y con esta, unas palabras de amabilidad.