Cuando era niño, hace mucho de eso ya, las historias aterradoras que escuchábamos y veíamos en la tele, en blanco y negro por cierto, Eran las películas basadas en las novelas: Drácula de Bram Stroker y Dr. Jekyll y Mr. Hide de Robert Louis Stevenson o Frankenstein de Mary Shelley – películas sobre la transformación de un ser humano.
Ambas hablaban de la implacable, inevitable transformación del ser humano que en su forma nueva se volvía cruel, despiadado, desalmado, atroz y mísero. Era prohibido que los menores de edad vieran esas películas por contener escenas de violencia y sanguinarias. A decir la verdad, desde la perspectivo de lo que ven los niños hoy, esas escenas son ridículas e inofensivas… pero eso no es el tema de mi artículo.
Bueno, resulta que la dualidad, el lado oscuro y luminoso de nuestro ser, es algo que nos acompaña desde siempre. Parece que en las épocas anteriores los humanos perdían lo luminoso y se transformaban en monstruos. Excepto Frankenstein que, pobre, era torpe y bien feo, y todo el mundo le tenía miedo por eso pero en fondo era bueno. Los demás perdían su lado humano y se convertían en inhumanos. Generalmente terminaban en la hoguera o algo así – un final poco recomendable.
Pero a diferencia de éstos, hoy nosotros buscamos transformarnos en luz. ¡Seremos tan oscuros por dentro?
La vida se caracteriza por estar en un constante movimiento, desde el momento en el que nacemos hasta el día de la muerte, algo está cambiando dentro de nosotros mismos. Tanto en el cuerpo, como en las emociones y finalmente en la mente también, sin hablar del entorno que cambia constantemente.
Todo es un movimiento incesante. Ya en el siglo V A.C. Platón formuló su doctrina del flujo perpetuo, para decirlo de otra manera “En el mismo río no nos bañamos dos veces.” Buscamos estabilidad en la vida pero ignoramos el movimiento constante que es la vida misma. Esto nos hace sufrir, crea inquietud, ansiedad, angustia, miedo… también nos enoja.
Nos aferramos a las cosas, exigimos sean estables y que se dejen controlar y así encontramos que nada depende de nosotros y siempre hay otros factores que predominan en la vida.
Creo que esta mutabilidad constante hace que nacen dentro de nosotros nuestros propios demonios: nos enojamos, cegamos, aferramos y controlamos, celamos y envidiamos, volvemos orgullosos y soberbios. Y para el colmo, al no controlar a nuestros demonios, queremos controlar a todos los demás.
Una receta perfecta para… ser infelices.
¿Cómo lograr la transformación en el universo que muta sin cesar?
Buscando calma
Es la única manera de salvarnos de la locura, del sufrimiento y dolor, de convertirnos en implacables seres llenos de enojo y rencor o de miedo, o controladores. Cultivar quietud, calma, paz nos desconecta del universo mutante y nos conecta con la única parte de nosotros mismos que nunca cambia. Es allí donde uno descansa, se fortalece, recupera la frescura de la mirada y todo el universo, de repente, resulta hermoso – tal como es.
Así que nuestro laboratorio del Frankenstein y del Dr. Jekyll está en la mente misma.