La palabra meditación tiene su origen en el latin. El sustantivo meditatio proviene del verbo meditari que significa pensar, contemplar, reflexionar, idear.
La filosofía de la Grecia Antigua tenía sus reflexiones sobre la mente así como sus mecánicas de contemplación para comprobar las teorías de todo tipo. Meditar era una mecánica de la mente, una herramienta de enfocar la mente y reflexionar de manera clara sobre el tema que de la disertación filosófica. Evidentemente el método requería de un enfoque, claridad y estabilidad en la mente – cualidades que hasta hoy buscamos desarrollar en la meditación.
Por otro lado, contemplación tenía más carácter espiritual que intelectual ya que llevaba a una experiencia y no una conclusión.
En los años 20 BCE Filón de Alejandría escribía sobre los ejercicios espirituales que se referían a la atención (prosoche) y concentración. Muchos filósofos de las escuelas grecoromana de filosofía frecuentemente recurrían a las meditaciones.
Así que en la antigüedad los griegos y los romanos meditaban. Está claro que en esa época existían muchos vínculos con las corrientes de las escuelas de meditación de las regiones cercanas, como Persia o inclusive de India.
Los primeros textos que atestiguan las meditaciones formales provienen de la época de la Roma de los Césares; hay una meditación guiada muy clara y increíblemente parecida a las de hoy. Enéadas de Plotino, el filósofo romano del siglo III A.C. menciona que Cesar Galieno y su esposa Cornelia meditaban. Su filosofía asumía que existe una realidad que funda cualquier otra existencia: lo Uno. En realidad, el principio básico es solamente lo Uno, mientras que el resto de realidades son derivadas.
¿Suena conocido?