Queremos iluminarnos, pero ni siquiera sabemos qué demonios significa eso.
¿Cómo puedes buscar algo que no sabes lo que es?
El problema no es que la iluminación sea difícil de alcanzar, sino que nadie te explicó de qué se trata realmente. Así que terminas persiguiendo una idea prestada, una postal mental: el monje flotando, el rostro sereno, la sonrisa beatífica.
El marketing espiritual nos vendió la iluminación como un ascenso al cielo interior. Pero no es una subida, es una caída: caer del mito de quién crees ser.
La mayoría de los practicantes modernos hablan de iluminación como si fuera el equivalente espiritual del éxito.
Esperan un punto final: la paz absoluta, la sonrisa perpetua, el estado sin conflicto.
Pero lo que buscan no es liberación, sino una versión mejorada de su propio ego.
El yo zen, el yo energético, el yo consciente.
Solo cambian de disfraz, pero siguen girando alrededor de la misma idea: “yo tengo que llegar a algo”.
Lo trágico es que este error no solo ocurre en los principiantes. Está metido en toda la cultura moderna de la espiritualidad:
apps de meditación que prometen “claridad total en 7 días”, retiros que venden “despertar garantizado”, influencers que enseñan a “manifestar” tu mejor versión.
Todo el negocio está montado sobre una mentira básica: que estás separado de algo que tienes que conseguir.
En el budismo original, iluminación (bodhi) no es convertirse en un ser de luz, ni escapar del mundo, ni alcanzar el cielo.
Significa despertar del sueño del yo.
Ver que “yo” no es más que un proceso mental: pensamientos, emociones, recuerdos y deseos girando en automático.
Buda no se transformó en algo. Simplemente dejó de confundirse con lo que no era.
En el budismo Bon, la tradición espiritual más antigua del Tíbet, esa claridad se expresa de manera aún más directa:
“El despertar (byang chub) o la realización (rigpa) no se persigue: se reconoce.”
No es el resultado de purificación ni de esfuerzo progresivo, sino el reconocimiento directo de la mente natural (sems nyid): vacía, clara y cognoscente.Nada que alcanzar, nada que añadir. Solo reconocer lo que ya está, pero enterrado bajo capas de ruido mental y obsesión con uno mismo.
No todos los caminos llevan a la iluminación, ni falta que hace
Iluminarse no es una obligación.
No todos los practicantes tienen que “despertar” para liberarse del dolor o vivir con plenitud.
Existen muchas prácticas —de respiración, atención, reflexión o silencio— que reducen el sufrimiento, amplían la claridad y transforman la vida sin necesidad de tocar la idea de iluminación.La práctica no siempre apunta al absoluto.
A veces, solo se trata de sufrir menos, reaccionar menos, vivir más presentes y lúcidos.
Y eso, en este mundo, ya es una revolución.Prácticas que no llevan a la iluminación
Muchos creen que meditar, rezar, respirar profundo o recitar mantras los llevará a la iluminación.
No.
Esas son herramientas, no la meta.
Puedes respirar como Buda y seguir igual de dormido.
Porque si tu práctica sigue girando alrededor del “yo que quiere lograr algo”, estás alimentando justo lo que debe disolverse.“Buscar la iluminación es como usar una linterna para buscar el sol.”
— Alan WattsLa paradoja es que el camino empieza en la búsqueda, pero termina en la rendición: cuando ves que el que busca es el obstáculo.
Entonces, ¿qué es iluminarse?
No es volverte puro, ni perfecto, ni eterno.
Es ver sin interferencia.
La mente deja de fabricarse historias sobre sí misma y el mundo.
El sufrimiento sigue existiendo, pero ya no eres su rehén.
No hay un tú separado que necesite ser salvado.La iluminación es una palabra torpe para algo muy simple:
una mente que dejó de creerse su propia propaganda.El reto
No busques la luz.
Mira la confusión directamente, sin huir.
Cuando dejes de querer entenderlo todo, algo en ti se relaja y ve.
Eso es todo.
Lo demás —las visiones, los retiros, las experiencias— son solo fuegos artificiales del ego.La estafa no está en la iluminación.
La estafa está en creer que no la tienes ya.