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El basurero del corazón

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Publicado por Wojtek Jan Plucinski En noviembre 9, 2025
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  • espiritualidad
  • meditación
Basura en el corazón

Cuando lo que sentimos ya no deja pasar la vida

El corazón también acumula sargazo.
Desde lejos parece mar abierto; de cerca, flotan capas de enojo viejo, celos que no se acaban, culpas recicladas y tristezas sin dueño.
No llegaron de fuera: se instalaron porque nos quedamos demasiado tiempo en ciertos estados.

Venimos de una realidad saturada y de una mente llena de ruido.
Ahora miramos el centro: la emocionalidad.
Sentimos mucho, pero no necesariamente mejor.
Y eso no nos acerca ni a la felicidad (sea lo que signifique), ni al gozo, ni a la calidez que nos vuelve más humanos.

Confundimos sentir con vivir.
Y confundimos intensidad con autenticidad.


Los seis reinos: cuando una emoción coloniza tu mundo

En el Yungdrung Bön y en el budismo tibetano, los seis reinos no son lugares lejanos, sino estados presentes que colorean la experiencia:

  • Infiernos (ira/enojo): todo parece amenaza, y la reacción es conflicto.
  • Espíritus hambrientos (apego/deseo y control): nada alcanza, nada sacia.
  • Animales (ignorancia/inercia): vivir sin darse cuenta ni corregirse; repetir por hábito.
  • Humanos (celos/envidia): comparación, carencia aprendida, tensión por “lo del otro”.
  • Semidioses (orgullo/soberbia): autoafirmación combativa, superioridad sutil.
  • Dioses (indiferencia/letargo): comodidad complacida; brillo sin profundidad.

No hace falta morirse para entrar ahí: rotamos por varios reinos en un solo día.
Y cada reino es un filtro: desde la ira, el mundo es ofensivo; desde el apego, todo es carencia; desde los celos, todo es competencia; desde el orgullo, todo confirma “tener razón”; desde la indiferencia, nada importa; desde la ignorancia, ni siquiera vemos que podemos corregirnos.

Ese quedarse es el sargazo: la emoción deja de ser energía viva y se vuelve residuo que tapa la superficie del corazón.


Somos seres emocionalmente pasivos

Según el Yale Center for Emotional Intelligence (2018), el 62 % de las emociones diarias que las personas describen son negativas —aburrimiento, ansiedad, frustración, estrés o tristeza— y la mayoría no sabe identificar la causa exacta.
El 90 % de los empleados en EE. UU. reconoce sentirse “emocionalmente desconectado” de su trabajo (Gallup, 2023).
Y, sin embargo, dedicamos más de 2 horas y media al día a redes sociales, el espacio donde más emociones fabricamos… para luego quejarnos de ellas.

Vivimos reaccionando, no sintiendo.
Las emociones ya no nacen de la experiencia, sino del estímulo.
Nos emocionan los trailers, los titulares, las notificaciones.
Pero ante la vida real, estamos agotados.

Las estadísticas no mienten: somos una especie emocionalmente tercerizada, donde la realidad interior se subcontrata a lo que pasa afuera.


Emoción pura vs. emoción fija

Las enseñanzas Dzogchen son claras: la emoción pura no es un drama psicológico.
Cuando se reconoce en su origen, no se convierte en historia personal: se vuelve sabiduría (como señalan Tenzin Wangyal Rinpoche y Chögyal Namkhai Norbu).
Sabiduría implica no-identidad: si no hay un “yo” que se apropia, tampoco hay “a quién” le duela.
No es “una emoción que duele pero limpia”; es energía que, al reconocerse, se libera.

Lo contrario es la emoción fija: se pega al “yo”, se repite, se narra, se defiende.
Ya no es movimiento, es memoria.
Y memoria sin reconocimiento = sufrimiento.


El corazón como basurero (y la consecuencia real)

El basurero no se ve, pero contamina todo: tono, gestos, decisiones, silencios.
Tus acciones y palabras llevan huellas emocionales que no atendiste.
Por eso puedes “hacer lo correcto” con una calidad que destruye, o decir “lo amoroso” con una intención que asfixia.

Y aquí viene la trampa: creemos que las emociones existen porque algo afuera las provoca.
Pensamos que “esa persona me hizo enojar”, “esa situación me entristece”, “esa injusticia me causa impotencia”.
Pero es al revés: es la emoción la que crea la realidad donde eso ocurre.
El corazón colorea el mundo y luego lo culpa por ser del color que proyectó.

Jung lo dijo y aquí lo ampliamos:

“Las emociones que negamos se transforman en destino.”

Negadas o no purificadas, marcan la dirección.
Eso es karma: tendencia que, si no se ve, vuelve.
El futuro no es un castigo místico; es la inercia de lo que sostenemos hoy.


La posibilidad de limpiar (sin fórmulas ni perfumes)

No hay método para limpiar el corazón.
No hay música tibetana, ni afirmaciones, ni ritual que lo haga por ti.
El corazón se limpia solo cuando uno se atreve a ver lo que hay ahí sin justificarlo.
Y eso duele —no como terapia, sino como verdad.

El problema no son las emociones: es la pereza de verlas hasta el fondo.
Preferimos hacer algo —meditar, respirar, repetir mantras— antes que mirar lo que sentimos de verdad.
Por eso la práctica no consiste en “no sentir”, sino en dejar de fingir que no sabes lo que sientes.

La emoción pura aparece cuando el disfraz se cae.
Cuando no hay excusas, ni discursos, ni espiritualidad de escaparate.
Aparece cuando admites, sin anestesia: “sí, esto es odio”, “sí, esto es miedo”, “sí, esto es apego”.
Y no haces nada con eso. Solo lo ves.

Ese instante —tan incómodo, tan desnudo— es la purificación.
La emoción deja de ser historia personal y vuelve a ser energía.
Y por un segundo, lo que llamamos “yo” no tiene dónde sostenerse.
Ahí no hay bienestar.
Hay claridad.
Y la claridad, aunque parezca fría, libera.

Ser proactivo significa reconocer que las emociones que vives tienen mucho más que ver contigo que con lo que ocurre afuera.
No eres víctima de la realidad: eres autor del estado que la colorea.
¿Quieres emociones puras?
Empieza por admitir que se crean dentro.
¿Cómo hacerlo?
Bueno… el practicante avanzado lo sabe.
Y si no lo sabes, estudia, indaga, medita o qué sé yo… pero deja de mirar solo hacia afuera.

¿Vale la pena?
Si el sufrimiento es solo el eco de lo que no queremos ver,
¿no tendría sentido mirar, aunque arda?


Cuando el corazón está limpio, la mente deja de traducirlo todo y ve.
Y, con esa base, lo que hacemos en el mundo cambia de cualidad.

Próximo artículo: Sargazo en las acciones — Lo que emanamos cuando el mar interior está sucio… o claro.

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